miércoles, 7 de octubre de 2009

QUÉ MOMENTO!


Pensaste durante días qué ponerte para llamar la atención y de pronto ahí estaba ella, luciendo exactamente lo mismo que vos. Te encontraste de repente frente a un espejo. Pero con una imagen distorsionada, distinta. No era el mismo peinado, no era tu color de pelo y definitivamente la imagen no era de tu estatura. No eras vos la que llevaba el vestido que habías elegido con tanta minuciosidad. Era otra. Una que seguramente se tomó el mismo tiempo o más que vos para elegirlo. Tanto esfuerzo, tanto trabajo, tanto pensar, para encontrarte con la noche arruinada en sólo segundos.
¿Qué es lo que hace que una mujer pueda soportar cualquier cosa, excepto que otra lleve el mismo vestido en la misma fiesta?
Un tiempo atrás un comercial publicitario utilizaba esta anécdota como para justificar el uso de un famoso digestivo. Prácticamente, acertado.
El encuentro provoca una experiencia abrumadora. A-te-rra-do-ra... Y definitivamente la sensación es de una gran descompostura.
Siendo poseedora de una hermana de casi la misma edad, la experiencia es más que vasta. El mismo vestidito, pero de otro color. El mismo peinado, pero con colitas diferentes. En fin, iguales pero con un "toque" diferente. Una pérdida absoluta de la identidad. Un viaje a la oscuridad.
Una puede soportar en la adolescencia que durante las horas escolares todas las chicas lleven lo mismo, el mismo uniforme y/o guardapolvos, para que no se diferencien unas de otras. Porque es así, porque es un código, porque es la mejor forma de mantener la igualdad, y que nadie se diferencie por cuestiones sociales. Y para que ninguna se destaque por lo que lleva puesto, sino por quién es.
Pero cuando sos grande la cosa ya es distinta. Ya hiciste tu camino, ya formaste tu personalidad y la ropa te identifica, te ilustra.
Acompaña eso que sos, eso en lo que te convertiste. No importa si es de un diseñador de moda o si lo hizo tu hermana que está en primer año de Diseño e indumentaria, que te usa como conejito de indias para su último final.
Lo que llevás siempre dice lo que sos. Hasta el más mínimo detalle habla por tu personalidad. Un accesorio puede a veces hasta convertirse en tu marca, en tu insignia.
Todo lo que llevás siempre es a tu gusto, a tu elección, a tu comodidad.
Pero el vestido ya es una elección mucho pero mucho más compleja. No puede ser cualquiera. Si tenés la suerte de tener un buen tamaño en tus pechos, el escote tiene que ser perfectamente sugerente. Si tenés la maldición de escasear de ellos, debe ser alguno que te ayude a hacerlos más prominentes al impacto y a la vista. Y así también con el largo de la pollera, por las rodillas feas o por las piernas cortas. El vestido es una elección difícil, una elección un poco complicada.
Los grandes eventos de tu vida como los casamientos de otros, los cumpleaños de quince de tus sobrinas, las fiestas de fin de año de la oficina, la inauguración del restaurante chino del barrio, son situaciones para las que una no se prepara así nomás, no es una decisión que se toma deliberadamente, cuarenta minutos antes de la hora señalada. Es desde el mismísimo instante en el que se recibe la invitación. Es ahí cuando empieza un extenso y detallado análisis de todos los datos que nos puedan aportar información sobre la fiesta. Si es de día, si es de noche, si es al aire libre, si te vas a morir de frío, si vas a caminar por una estancia con el barro hasta el cuello, si existe la remota posibilidad que un grupo de inadaptados pueda volcar su bebida sobre todo tu atuendo. Cada dato de ubicación, tiempo y contexto, son como pistas que nos van cerrando el camino hasta encontrar el modelo adecuado.
Y son esas noches en las que por un rato te sentís Cenicienta. De lunes a viernes corrés como loca con el pelo al viento, con lo primero que encontraste y con esos zapatos que de tan cómodos ya caminan solos.
Ya desde la mañana empezás el ritual de la depilación, ese sufrimiento exclusivamente femenino; el baño con aceites naturales para entrar en relax, el maquillaje, el peinado. Te perfumás hasta los lugares más extraños con tu perfume favorito.
Por fin te dedicás un día para convertirte en mujer, para sentirte mujer.
Toda la femeneidad invade ese día. Querés ser reina, estar espléndida, divertida, seductora, querés ser mujer. Conquistar de una forma única, diferente. Con elegancia, con gusto, con glamour. Querés que te vean distinta.
Querés que te vean!
Y te ven, te ven y hablan de vos toda la noche porque sos la anécdota, porque sos la nota de color, el chiste de la fiesta, porque hay otra que lleva lo mismo que vos.
Al final lo que nos saca del pozo, es ese consuelo de tonto que te hace pensar que no sos la única a la que miran. Por suerte, hay otra que se está sintiendo exactamente igual que vos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario