
Mujeres celosas, abandonadas o cambiadas por otras como zapatillas viejas. Con los corazones destrozados, encabezan batallas desalmadas contra quienes hicieron de ellas, una vida de pesadilla. Hundidas en el dolor, se enfrentan a sus enemigos como únicas defensoras de sus sentimientos. Se ahogan en lágrimas y encarnan batallas interminables con tintes de odio y gajos de despecho.
Juran contar hasta lo incontable, publicar hasta lo impublicable y muchas veces, hasta quedar en el ridículo público por la causa. ¿Qué causa? La causa de ellas, esa que sólo ellas saben cuál es. Gritan, insultan, culpan, injurian, amenazan, se defienden sin penas ni glorias en fragor de la batalla. Alzan el mástil de la verdad y vomitan secretos inconfesos y detalles que a nadie le importan. Imágenes que nadie quiere reproducir en su cerebro. Imágenes que nadie quiere llevar en su recuerdo.
Detalles de lo privado se tornan públicos, cosas que pasan no en todas las familias, salen a la luz develando oscuridades y perversiones tan privadas como hasta prohibidas.
Ellas demandan, exigen, piden, reclaman, tantas cosas que se pierden en el objetivo. Y uno, pierde el sentido. No se entiende el incentivo.
Las mueve el dolor, las mueve la tristeza, las mueve la venganza.
Las mueve todo aquello que las haya desplazado de ese lugar tan privilegiado que alguna vez han alcanzado.
Algunas perdieron al padre de sus hijos, otras su joven amante perfecto y otras cuantas, hasta han perdido dinero.
Pero lo que realmente las motiva a convertirse en las malvadas de las películas es el despecho. Ese vacío aterrador que las pone a un costado de la vida de sus amados. Esa sensación de saber que ya no jugarán en ese partido, y que ya no serán las privilegiadas de esa situación que las hacía sentirse tan bien paradas.
La sensación de haberlo perdido todo de la noche a la mañana, y de haber salido más que lastimadas por un alma despiadada.
Son mujeres que no enloquecen de repente. Son mujeres que dan pistas, señales, marcan pautas. Si después te hierven el conejo, la culpa es tuya por no haber tenido la sensibilidad de descubrirlas a tiempo.
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