miércoles, 21 de abril de 2010

Ponele la firma


Sin nombre, sin identidad, sin identificación. Cualquiera puede escudarse tras una personalidad que nadie conoce, tras una voz que nadie en la realidad escucha. La libre forma de expresarse con enfado, con desenfreno. La liberación de la ira tras palabras muchas veces hirientes y muchas veces resentidas. Frases colmadas de insultos, de infamias, de agravios, de ofensas quedan impresas eternamente en espacios virtuales, en paredes, en carteles...
El anónimo era conocido como ese hombre o mujer, que cientos de años atrás había sido el creador de algún escrito al que nadie podía encontrarle la autoría. Pero hoy es otra cosa. Hoy el anónimo es un nombre en sí mismo, es un escudo común a todos, una protección de igual calidad para todos. Una especie de democratización pareja y equitativa que esconde la identidad de cualquiera, en el momento que sea. Pero lo que también esconde, es el miedo. El miedo a dar la cara.
Nada impide que aún firmando digas lo que pensás o lo que querés. Nada impide que te expreses a gusto y disgusto cuantas veces quieras en el medio que sea. La diferencia radica en que la identidad lleva implícita la palabra responsabilidad. Si lo decís vos que te llamás tal, lo que decís toma cuerpo, toma espacio, toma un lugar. Y ahí es cuando los dedos de los demás, pueden señalar hacia el punto donde se encuentra el emisor de dicho... dicho.
No llevar nombre ni apellido, puede provocar una sensación de impunidad, de "liberación". Claro, no deberás hacerte cargo ni responsable de lo que eso que se diga pueda provocar. Pero cuando la causa es importante y no es un chiste o un insulto por deporte,, una ofensa sólo para molestar o un agravio sólo para perjudicar, esa causa, esa opinión, esa justificación, también pierde valor. Porque ¿quién lo dice? -Nadie. ¿y por qué lo dice? -Por nada. Anónimo es nadie y es todos. O sea, pocos o muchos, un individuo solo o todos diferentes. No hay como medir en calidad y en cantidad lo dicho, lo acotado, lo escupido en palabras como forma de expresión, de opinión. Es el anonimato en lo expresado, sea malo o bueno, lo que genera una sensación de liberación pero sin consecuencias, sin represalias. Lo que uno dice desde uno, siempre tiene consecuencias, buenas o malas; por cumplidas o por incumplidas; por razonables o por irracionales. Es ahí cuando entra el poder de la firma, el poder del nombre como identidad, el poder de la identificación. Ahí es donde realmente se te escucha o se te valora con el valor completo de la palabra, de la oración, del contenido. Porque hay alguien detrás con una historia, con una vida, con un pensamiento. Y es ahí cuando se expresa la verdadera libertad. Yo que soy esto, pienso esto. Los medios de expresión han cambiado y la libertad de decir, también exige la responsabilidad sobre la libertad de poder decir. No hay valor en un insulto, en una crítica, en un pensamiento, en una opinión, si quien lo dice no lo dice porque no sabemos quién lo dice. Puede ser cualqueira y puede ser nadie. Desde ese lugar, nada vale porque nada es. Porque nadie sos.